Enfermero viejo y
gerontólogo,
paciente crónico y
terapeuta
Juguemos a las dos caras del espejo... como la Alicia de L.
Carroll, que transitaba a ambos lados.
La experiencia, la vida, nos hace
pasar muchas veces por las dos caras del espejo donde continuamente nos miramos
y jugamos a entrar en ese otro mundo, que en ocasiones criticamos o, al menos,
se nos hace protagonista y genera nuestra intención de conocer más acerca de
él. Sin querer, aterrizamos de lleno en supuestos y contenidos, que en otras
ocasiones han suscitado en nosotros mismos críticas e interpretaciones
contrarias a las que la vida nos hace cambiar en otras circunstancias y tiempos.
Somos hijos de
una generación donde a la enfermedad se la castiga y persigue como si de una
terrible maldición se tratase; y por si eso fuese poco, nos enseñan a enquistar
esa enfermedad o paliar sus efectos para, como hacemos con las expresiones del
dolor, que ella o nosotros pasemos de largo sin obtener la información que,
gracias a ella, nos llega. Disponemos incluso de especialidades que persiguen y
aniquilan a los “bichos malos” que forman parte de las afecciones cuando, si
observamos a la sabia naturaleza, estos no aparecen y crecen en número si la
afección no lo precisa en ese justo momento para normalizar al organismo de la
mejor forma y lo más pronto posible para salvaguardar la vida del individuo (a
veces son alteraciones de lo que denominamos flora saprófita o habitual de los
tejidos).
En la naturaleza, cuando un animal
se lesiona en una persecución o en un salto, su intuición le hace guarecerse en
un sitio seguro y respetar el reposo suficiente para que los mecanismos
fisiológicos, idénticos a los de los humanos, restablezcan la funcionalidad de
las estructuras afectadas y le permitan la vuelta a la normalidad en el tiempo
aconsejado según su repercusión y curación. Nosotros, más evolucionados y
listos usamos los archiconocidos “anti-“(
Antes, en la medicina, sabíamos que
en la mayoría de las afecciones estaban bien marcadas distintas fases dentro de
la misma enfermedad. Equivalente a lo que ahora conocemos en otros términos
pero en esas mismas fases, como fase simpática (con sus correspondientes
síntomas de boca seca, pulso rápido, sueño alterado, etc.) y la fase
parasimpática (con los síntomas contrarios característicos). Luego, después de
la afección en sus fases fría y caliente, también denominadas así, se
experimentaba la fase de expoliación o cicatrización de las secuelas.
Hoy, bien
“educados” en el arte de esconder, difuminar o suprimir síntomas, nos vemos en
la necesidad de encontrar, lo antes y lo mejor posible, algún remedio, técnica
o droga para que no nos demos cuenta de las repercusiones y de las enseñanzas
de la que la vida nos alerta en su respuestas ante nuestras acciones.
No, no es cuestión de criticar formas de actuar ante las afecciones
o enfermedades, ante los síntomas o los síndromes… Tampoco es cuestión de ver
si es más eficiente quitar los síntomas con agujas o con ampollas, con masajes
o con ejercicios, es un llamamiento para acercarnos más a la naturaleza, a
nosotros mismos; a aprender que las enfermedades no son un castigo de Dios, una
papeleta de tómbola equivocada o un mal resultado de las estadísticas. Es más
bien alertar de que somos los verdaderos protagonistas de nuestras crisis
físicas y emocionales, que tenemos derecho a saber de sus causas y de sus
consecuencias para extraer el debido aprendizaje de ellas.
Los terapeutas debemos acercarnos al
estereotipo de ser, ante el paciente, como un espejo, donde en cada sesión con
nosotros, aprenda de sí mismo lo mejor y lo máximo posible, saque sus
eficientes conclusiones de cómo le llega su enfermedad, cómo puede entenderla
mejor para evitarla y, sobre todo, cómo puede aprender a prevenirla si es que
es eso lo que verdaderamente desea. Esta propuesta choca de lleno con el modelo
que aun nos queda en muchas salas de espera, donde el sanitario es el protagonista
de las afecciones, el que triunfa si el paciente mejora y, lastimosamente, echa
la culpa fuera cuando esto no sucede.
No podemos ni debemos, como
sanitarios del nuevo siglo, atribuirnos los éxitos o fracasos de las
evoluciones de los pacientes, solo acompañarlos en sus afecciones, en sus roces
con la vida (física, mental y social) que es lo que llamamos los síntomas;
permitir que se vean, se conozcan, lo mejor posible y entiendan, cada uno en su
nivel de conciencia, la información de que la vida les aporta al margen de sus
repercusiones.
Y como dolientes, enfermos o
pacientes, vivamos con más intensidad nuestras propias vidas, prestando más
atención al yo, al nosotros y al presente. Dejando de lado los observatorios de
vidas ajenas, cada vez más exitosos en las cadenas televisivas; las rencillas y
diferencias que nos hacen sentir ajenos al que tenemos al lado, los viejos
rencores del pasado y las excesivas preocupaciones hacia el futuro… Vivamos con
intensidad nuestro momento presente y demos gracias por todas y cada una de las
señales (a veces también llamadas síntomas o enfermedades) que nos da la vida y
permiten que nos conozcamos más y mejor. El mejor espejo somos nosotros; el
mejor entorno es la naturaleza.
En alusión a
un hermano ya ausente, “ahora tenemos más cáncer porque hay menos
confesionarios”; contribuyamos al autoconocimiento en cualquiera de las
posibles vías por donde este se pueda potenciar: educación, salud, amistades,
etc., y apostemos por el nuestro para dar un continuo ejemplo.
oooOOOooo
José Martínez Florindo
Gerena,
Junio de 2013